Posiblemente hayamos oído hablar de depresión aunque no tanto en edades tempranas. La depresión no solo podemos encontrarla en población adulta, los niños y niñas también pueden sufrirla y si algo sabemos cuando oímos hablar de ella, es que está relacionada con la tristeza pero ¿sabemos diferenciarlas?
La tristeza es una de las emociones básicas presentes en el ser humano y, como toda emoción, tiene su propia función. La tristeza reduce la actividad y la atención en nuestro entorno para aumentarla en nosotros mismos, para analizarnos, para reflexionar tras una pérdida o un fracaso. Además supone una etapa de restauración de energías cuando ha habido mucho desgaste. Estos sentimientos son temporales, no ocurren a menudo y son adecuados a la situación que se está viviendo.
Sin embargo, en algunas ocasiones, estas emociones no desaparecen y se acompañan de otros síntomas que generan un mayor malestar y que dificultan el desarrollo de la vida cotidiana y es aquí donde pueden aparecer dificultades mayores como la depresión.
La depresión es un trastorno del estado de ánimo en el que aparece diferente sintomatología, principalmente afectiva pero también cognitiva o somática. La depresión infantil, al igual que ocurre en adultos, genera un nivel muy elevado de malestar y aunque puedan ser paralelas, no cursan de la misma manera. En niños puede obtener diferentes formas y algunos síntomas pueden solaparse con los de algún otro tipo de trastorno o dificultad.
La necesidad de buscar ayuda profesional reside en que la mayoría de los pequeños y pequeñas no sabe aún reconocer y manifestar sus emociones y es ahí donde podemos ayudarles descubriendo y encontrando una amplia gama de recursos que le ayuden a detectarlas y gestionarlas.
Ahora bien, ¿qué sintomatología nos puede avisar de que nuestro hijo necesita ayuda?
- Expresión facial de tristeza, apatía, sensación de aburrimiento
- Irritabilidad, agresividad
- Pérdida de apetito
- Pérdida de interés hacia su entorno, relacionarse o jugar
- Somatizaciones, como dolores de cabeza o de estómago
- Ideas o conductas de autorriesgo, como cortes superficiales o quemaduras
- Problemas de concentración, disminución en el rendimiento escolar
A pesar de que a nivel general los anteriores síntomas presentados suelen ser los más comunes, no debemos perder de vista que el factor edad es vital en este tipo de procesos ya que, dependiendo de la misma, la expresión sintomatológica será diferente.
Menores de 7 años: el síntoma más frecuente es la ansiedad pero ¿ cómo se puede manifestar esta ansiedad? Presentan rabietas frecuentes, irritabilidad, pueden parecer tristes, con pérdida de apetito y con dificultades en ciertos contextos para relacionarse. Incluso puede haber somatizaciones como dolores de cabeza o de estómago. En los niños más pequeños puede manifestarse a través de fobias o de trastornos de eliminación (enuresis/encopresis).
De 7 a 11 años: en esta etapa los síntomas comienzan a parecerse más a los del adulto. Podemos encontrarnos con niños apáticos, irritables y tristes, con sensación de aburrimiento y letargo. Comienzan a perder el interés por el juego y los amigos, pudiendo rechazar ir al colegio. Falta de concentración, problemas en el rendimiento escolar. Las alteraciones del sueño y del apetito también pueden estar presentes. Pueden empezar a aparecer conductas de autorriesgo.
En la adolescencia: los síntomas suelen ser parecidos a los de la etapa anterior pero con más probabilidad de conductas de autorriesgo. Aparecen conductas relacionadas con una baja autoestima, manifestándose a través de la irritabilidad e hipersensibilidad, sobre todo en la relación con los adultos. Se muestran negativistas y desafiantes. Aislamiento y retraimiento social. En ocasiones, pueden tener ideas y conductas relacionadas con el suicidio (cortes superficiales, quemaduras, pellizcos, etc.)
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