Cuando acudimos a terapia es porque estamos teniendo ciertas dificultades o algún problema que está afectando a nuestro día a día y a diferentes áreas del mismo. Puede ser que el problema haya aparecido de forma repentina o puede llevar con nosotros durante semanas, meses o años. Sea cual sea la situación, solemos pedir ayuda cuando empieza a interferir en nuestra vida, cuando hay sufrimiento.
Durante el proceso terapéutico, el psicólogo intentará abordar las dinámicas propias del paciente y las llevadas a cabo con el entorno que puedan ser significativas, ya que, aunque se trabaje solo con un individuo, es importante tener en cuenta sus relaciones sociales y su contexto. Entre otras, se llevarán a cabo preguntas sobre cómo nos hemos construido, sobre nuestras experiencias tempranas, nuestra infancia y adolescencia y las relaciones con nuestra familia y amigos.
En ocasiones sorprende este último hecho y queríamos explicaros el porqué.
Nuestras relaciones tempranas van a determinar la forma en que nos relacionamos, en cómo nos enseñaron a gestionar nuestras emociones, proporcionándonos estrategias y recursos para ello. Las relaciones de cuidado, afecto y protección que se nos brindan desde pequeños con nuestras figuras de referencia permanecerán grabadas es nuestro interior y tenderemos a repetir estos mismos patrones de relación en las relaciones futuras. El porqué de todo esto es que nuestra familia es el primer contacto a nivel social, de ahí que se considere como grupo de relación y de referencia en la vida de un individuo.
La forma en cómo nos miran, lo que proyectan y se espera de nosotros, así como cómo nos sentimos dentro de la misma será de gran repercusión, ya no solo en los estadios iniciales, sino en las relaciones futuras que establezcamos a lo largo de nuestra vida, ya que desde ahí forjaremos nuestra identidad, nuestro autoconcepto, la imagen que tenemos de nosotros mismos, nuestros aspiraciones y nuestros límites.
Cuando los psicólogos llevamos a cabo este trabajo de exploración, también tenemos la oportunidad de conocer los orígenes de algunos de nuestros esquemas que nos están suponiendo malestar, podremos lograr entender por qué nos sentimos de una determinada manera, desculpabilizándonos y siendo más compasivos con nosotros mismos. Se trata de cambiar nuestra mirada, conocernos, ahondar en nuestra historia, en nuestro desarrollo para, desde ahí, poder ir adaptando la misma a nuestras propias necesidades, a nuestros proyectos, a nuestras circunstancias, a nuestros valores, a nuestras inquietudes y desarrollando también así factores de prevención ante posibles dificultades futuras.
Por todo ello resulta de vital importancia tenerlo en cuenta durante el curso de la terapia, adquiriendo mayor información sobre las dinámicas de nuestros pacientes y encontrando así un significado a las mismas y otras alternativas que puedan ser más funcionales.
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